jueves, 11 de noviembre de 2021

Los días raros

 La luz del sol entró por la ventana del vecino del piso 10, estaba inquieto desde que despertó a las 3:12 de la mañana de un salto y entre lágrimas, no logró volver a dormir a pesar de querer hacerlo. 

Los días apacibles cambian con el ritmo de la música de la vecina del piso 8, la cual pone canciones de hace 60 años y las canta a todo pulmón mientras recuerda los días de su juventud y la posibilidad que tuvo de ser cantante famosa, así como la Rocío o el Gabriel. Pero ella no lo logró por estar pendiente de un novio que le juró amor eterno y por el cual evitó acercarse mucho al productor ese de los pelos rizados que todos decían que era como el rey midas. A la media hora cambia de género musical por estar añorando sus días de juventud y sentirse vieja al verse reflejada en el espejo del pasillo que le regaló la exesposa del hermano que se suicidó hace ya 30 años

La palmera que queda justo frente a la ventana de la habitación principal del piso 5 se mueve levemente mientras el aire frío producto de la montaña, el mar y una falla geológica que a nadie le importa entra por la cortina que sólo cierra las noches que va a tener sexo con su esposa, noches cada vez más lejanas. El vecino está sentado en la cama mirando como las aves pequeñas se posan sobre las hojas de la palma que hace un tiempo el quiso cortar por miedo a que le dañara su ventana. O eso fue lo que le dijo a la junta de vecinos, cuando la verdad es que la sombra de las hojas de la palma en la noche, le recuerda la silueta de la mujer que siempre amó y que ahora no sabe dónde está, aunque la ha buscado en Facebook y en Instagram y hasta en LinkedIn, pero nada. Mira la hora y le escribe un mensaje a su esposa que está mercando algo para la cena especial que preparan para algunos vecinos del edificio. 

El vecino del piso 10 siente las manos más frías de lo normal mientras se toma un café que dejó preparado el hombre que lo ha acompañado en los últimos 15 años. Piensa en su sueño, en el cual estaba sentado en el borde de una calle llena de autos de una época que él nunca conoció pero de la que ha visto bastante en las películas que le gustan a su pareja. Sentado miraba la sonrisa de un niño que era muy similar a aquel amigo de infancia con el que experimentó por primera vez lo que era la sexualidad en la sala de la casa de la tía de su amigo que quizás ya ha muerto, porque en aquella época estaba calva y sólo al crecer pudo entender que aquello era cáncer.  

Piensa en las historias que se contaban en el escondite privado que tenían entre los árboles del parque cerca a la casa. Recuerda el olor del aliento de aquel chico tímido que lo besaba apretando los labios, se toca los suyos y siente una leve y triste erección al pensar en aquel niño. 

La vecina del piso 7 se está vistiendo, aunque aún no ha decidido qué ponerse, ya que esta noche tendrá una cita con Camilo, el chico de manos largas y pies pequeños que conoció cuando aún estaba estudiando para enfermera en el instituto donde terminó embarazada de un profesor con ojos grandes y labios gruesos, el cual terminó huyendo de ella, del bebé, del instituto y de las clases como si fuera un niño saliendo a vacaciones de verano de la escuela. 

Lo último que supo de él, es que estaba viviendo con una niña de 16 años y hace cuentas para saber que quizás esa niña tenga más de 30 y él lleve más de una década muerto. Se siente insegura al ver su abdomen flácido y pálido que muestra las luchas de una mujer por sostener un bebé que llegó y se fue, como todo lo que ha tenido, como sucederá con aquel chico de pies pequeños que está segura que la  busca pensando que tiene dinero, como si el dinero solucionara algo en la vida. Se mide un vestido de flores que le regaló su hija en la última navidad como un último intento de subir esa autoestima que dicen los del internet que uno debe tener alto y sentirse orgullosa de sí misma, pero ella se ve y no logra encontrar el autoestima en ningún lugar. Toma el celular y cancela la cita. 

El teléfono suena varias veces y ella entiende que la están llamando, mira el nombre de su padre y decide no responder, no está para sus dramas y tristezas ahora, ya tiene los propios que se van acumulando como se acumula la papada que crece cada día. 

Está mirando una serie en Netflix y aunque no le ha gustado no puede dejar de verla, primero porque quiere tuitear sobre ella y segundo, porque ha estado intentando recordar qué es lo que la hace tan familiar consigo misma y cuando ve dos chicos irrumpir en una casa que no es la de ellos, recuerda aquella noche en la que el grupo de chicos de 14 años entró en aquella casa que por temas de narcotráfico unos vecinos dejaron abandonada de un día a otro. Recuerda que eran muy grandes para ser inocentes y muy inocentes para saber que lo eran. Sonríe por aquella travesura de jóvenes sin futuro de aquella generación y pierde la mueca cuando recuerda que la mitad más uno ya han muerto o peor, están como ella, con unas vidas más aburridas que la tonta serie que sigue viendo. El teléfono vuelve a sonar y cuando lo mira suena un ruido seco en el exterior que la hace brincar del sofá. 

El vecino del piso 10 sigue pensando en su niñez y mientras está mirando por el balcón unos pájaros que van en picada, quizás a las palmas que están creciendo sin pausa, ve pasar una sombra más rápida que las aves. La vecina del piso 8 no se enteró de lo sucedido por estar viendo su único casete que logró publicar con sus 4 demos. El vecino del piso 5 se estaba masturbando en la cama mientras imaginaba a la mujer palmera que amó hace tanto tiempo, que su rostro y cuerpo se han perdido en la memoria, dejando sólo trozos de una mujer que de no ser porque se la encuentra de casualidad en el festival de Ciudad Sola, no podría decir que en verdad existió. Un movimiento brusco de la palma le hizo levantarse semidesnudo de la cama. 

Los días raros llegan sin avisar a nadie, aunque todos lo esperaban con las ansias que tienen dos enamorados cuando se darán el primer beso. El aire de la ciudad es algo que siempre le gustó al vecino del piso 3, por eso suele subir a la parte más alta a sentirlo, aunque la mayoría de Ciudad Solar no sea más que edificaciones que hace muchos años eran blancas y que ahora tienen un gris crema opaco que produce tristeza y algo de asco. Se mira los zapatos que le regalaron cuando cumplió años hace ocho meses y recuerda aquella noche mientras en aplausos desanimados algunos le deseaban muchos años más, ella, la ella que siempre ha importado y que ahora ya no importa tanto, le miraba con los ojos que mira una madre a su hijo cuando sabe que no tiene regalo de navidad para él, cuando sabe que lo decepcionará de alguna manera por motivos tan insulsos y pasajeros como un simple regalo. Él supo reconocer la mirada porque su madre nunca lo miró, así que la experiencia por ausencia lo volvió un experto en reconocer la decepción en los demás. 

"Muchos años más" decía la canción. El vecino del piso 3 salta al vacío.

Silencio. 


La vecina del piso 2 saca su cabeza por la ventana buscando la causa del ruido seco de hace un momento y ve el cuerpo de aquel hombre callado con ojos azules y mirada perdida en un punto lejano, estrellado contra el pavimento, nota que no tiene zapatos y antes de poder procesar toda la información grita, grita tan fuerte que desaparecen los sueños de cantante del piso 8, los temores de sí misma del piso 7 y las erecciones del piso 5 y 10. 

Seis horas después de ser recogido el cuerpo, la vecina del piso 2 responde al teléfono cuando es la llamada dramática de un hombre que en algún momento no volverá a ver, tal como sus amigos de los 14 años. En el piso 5 un hombre se sienta y le dice a su esposa que el amor que se sintió hace un tiempo ha caído por la ventana. En el piso 7 llaman y reprograman una cita para la noche, en el piso 8, una mujer se inscribe en clases de canto, en el piso 10 un hombre decide contarle a su pareja sobre su primera vez siendo él mismo y lo bello que fue para aquel niño. 

El teléfono de la mujer que compró unos zapatos hace ocho meses, está apagado.