jueves, 11 de febrero de 2016

Después de 6 años


Te cuento que después de volver de Bogotá, me senté afuera de una biblioteca y hablé de vos con alguien que ya no está. Siempre decías que tengo el vicio de estar con lo que no estará. Después de eso me mudé, cambie el color de la sombra y aunque con el tiempo intenté andar del color que siempre viste en mí, con los días una mujer me lo arrebató y lo escondió en sus ojos. Lo usó como mezcla, ya que era rubia y con mi azul, sus ojos se convirtieron en verde. Después de descolorarme se fue a dejar un poquito de mí en otros.


Con el paso de los días empecé a olvidar cosas, muchas de ellas relacionadas con mi padre, con mi niñez, con los amigos que estaban lejos, olvidé hasta la vida de "Muelitas" el niño abusón del colegio. Todo ha cambiado tanto que ahora se dice matoneo a lo que usted conoció como charla casual.
Nunca pude olvidarla, ni siquiera su olor, que de vez en cuando busco entre las mujeres erguidas y orgullosas que caminan por esta ciudad caliente, usted sabe que son muy pocas esas mujeres. Entonces empecé a aplicar sus dichos, sus palabras, sus ideas, hasta cierto momento me volví mordaz con los otros cada vez que intentaban acercarse. De usted, aprendí a lastimar con más fuerza a medida que más se acerca.


De los cactus que usted conoció no queda ninguno, todo se ha ido muerto, pero usted sabe de eso tanto como yo. De hecho, después de usted se fueron esas personas que podían llegar a mí, sin quererlo, la naturaleza se encargo de ir dejando mi corazón como un castillo olvidado, con sus murallas altas y levantadas pero completamente vacío.
Mi intención no es culparla, es contarme, pensando en usted, qué tan mal me ha ido.
Mi vida se ha vuelto una habitación llena de macetas vacías, sin tierra, sin agua, sin vida. Hace unos meses recordé al padre Gómez , el señor calvo y alto que hizo los procesos mortuorios de tus hijos. Usted siempre dijo que si no fuera porque mi abuelo era la brisa del mar en la noche, se habría casado con el padre Gómez. Él siempre decía que todos eramos polvo, pero se equivocaba. Somos barro. Somos 70% agua y el resto es tierra. Por eso he empezado a llenar las macetas con algo de mi tierra, cada día soy menos alto, menos guapo, menos inteligente, menos audaz, menos alegre, más blue.


Todo es a propósito, con la intención que al morir, cuando metan los restos de mi cuerpo en una caja, busquen las materas que estarán llenas de tristezas, de sueños, de esperanzas, del sonido del teléfono que nunca volvió a sonar, llenas con los aretes que te quitabas sólo cuando ibas a tomar café, con las canciones que mi abuelo cantaba en la terraza, con las manos que tantas vidas acariciaron, hasta el último día que acariciaron mi corazón. Y con esa tierra, puedan guardarme ahí, al lado de usted.


La verdad no quería escribir esto, pero lo hago porque me pasé todo el día sonriendo y haciendo chistes, aguantando toda la mierda que los días siempre mandan. Soportando los sarcasmos que no son los tuyos, los chistes pesados sobre mí que no salen de usted, los insultos que quizás me debiste decir, en vez de mirarme con esa mirada de ojos multicolores que siempre tenías en las tardes cuando el sol amenazaba con incendiarlo todo, mientras susurrabas con una voz alegre y melancólica "mi pequeño Blue".