jueves, 20 de julio de 2023

Don Roberto

Don Roberto camina suavemente, la bolsa para la orina le impide dar pasos más allá de los 15 cms, la casa está en silencio desde que ella se fue, hay un camino de hormigas que atraviesa los cuadros que alguna vez tuvieron fotos a blanco y negro y ahora, tienen pequeños fantasmas oxidados que se han ido borrando por el sol y el aire.

Sigue siendo la casa donde aquellos que crecieron en el barrio y no tuvieron la suerte de encontrar la fortuna recaen, toman una bebida y siguen adelante.

El silencio sólo es superado por la fuerza de la ausencia de una mujer que allende le dio vida al lugar. Aunque hay parlantes, ya no hay música, aunque hay una historia palpitando en el aire, ya no hay nadie quien la cuente.

La casa está hecha sobre piedra, es una loma empedrada que no cederá nunca por el clima, no lo ha hecho en casi 500 años sobreviviendo a terremotos, protestas, violencias y lluvias torrenciales que devoraron montañas hermanas en su totalidad. Es como si las almas de aquellos que entregaron su amor y presencia en esta pequeña loma, lo sostuvieran sobre todas las cosas.



Al frente una casa de fachada envejecida y techo destruido que promete venirse abajo en cualquier momento, pero si la montaña es fuerte, las casas lo son aún más. Con pequeños arreglos circunstánciales estas casas que han sobrevivido al amor de Don Roberto y ella, que vieron venir y sentarse a cientos de perros y gatos que se paseaban por el lugar, a miles de turistas y caleños interesados en conocer el último rincón olvidado del mundo. Estas casas prometen sobrevivir a Don Roberto que está agotado y triste y cansado, prometen sobrevivir a los hijos de los vecinos que ahora tienen aretes y tatuajes y usan motos que suenan muy duro pero andan muy poco.

Me tomo una cerveza, no está fría del todo, cómo si el frío de su famosa nevera que congelaba la cerveza se hubiera perdido. La muerte de ella significó la pérdida absoluta de todo, del frío de la nevera, de la música de los parlantes, del color de las sillas y mesas donde se jugaba parqués en las noches de pandemia, ella se fue y Ciudad Solar perdió sin darse cuenta, el 35% de su alma. Don Roberto es el otro 35% y hoy está cansado, caminando lentamente con su bolsa de orina que nunca llena.

El 30% restante es esta montaña empedrada que se niega a rendirse, pero que muy posiblemente algún día de mucho sol y poca lluvia, de esos en los que no se ven nubes a kilómetros de distancia y las aves vuelan tímidas bajo el sol, en que las casas del barrio le pidan a la montaña rendirse, entregar la resistencia, porque estarán cansadas y querrán descansar con todos los que estuvieron aquí por 500 años, Don Roberto y Ella, aplaudiendo mientras suena una salsa y sonríe mirando a Don Roberto verla sonreír 

jueves, 30 de marzo de 2023

La historia de Alejandro

Estábamos bajo un puente de concreto, arriba los autos pasaban con sus luces encendidas, manifiestos de humanidad. Tu piel cubierta de oscuridad mientras una maleta del tamaño de nuestras tristezas pesaban en nuestras espaldas. Mi padre, un hombre alto, de mirada firme en la nada, tocaba la puerta de una casa que parece de mi niñez, o quizás sea de tu pubertad, no lo recuerdo bien.

El dueño de la casa, un tal Alejandro, había llegado de Italia justo antes de entrar en la guerra, tenía un viñedo a las afueras de Nápoles, en una villa de esas donde los militares mataron a todo el mundo, o por lo menos eso contaba. Cuando salió de Italia pasó por Marruecos donde conoció al colombiano que trabajaba de guarda en un hotel de medio peso en el centro de la zona roja de la ciudad.

Con el colombiano aprendió que la violencia no es cosa nueva, que los países se pelean por pendejadas, aprendió el significado de palabras como pendejada y supo de la existencia de una tierra de bananos donde se siembra café, pero lo que se consume es caña.  Tomó la decisión de huir de la violencia viajando a Colombia en los inicios de los 40's.

Acá se enamoró de una rubia de ojos negros, alta de pelo corto y liso, única en su especie. Se la llevó a vivir en medio de Ciudad Solar, montó una pizzería con nombre italiano y los clientes eran felices escuchándolo balbucear en español. Con el tiempo ella se fue convirtiendo en el único hogar de él, la guerra terminó y la Italia de su infancia había mutado lo suficiente para no ser más su Italia. Los días en la pizzería eran suficientes para llenar los vacíos de nuestro italiano.

Al tercer llamado nos abrió la puerta un hombre delgado, con barba blanca y mirada hundida, tenía la mirada de quien ha perdido las batallas y sólo se refugia en los sueños de una realidad triste.
Entramos en una amplia sala, de cojines azules, con un par de fotos en blanco y negro. El lugar era inundado por un olor a vino, tomates y ausencia, como si hace mucho un cocinero hubiera preparado ahí, la receta de la alegría.

El hombre delgado y mi padre se escondieron en un cuarto, a los minutos salieron, se despidieron con la misma mirada y un triste abrazo que quería prolongarse más pero se cortó por la poca costumbre del tacto entre humanos, entre hombres. 

Cuando llegamos a casa, quizás la tuya o la mía o la nuestra si es que alguna vez existió en nuestros sueños una casa de los dos. Mientras te desnudabas te terminaba de contar la historia de Alejandro, entonces desperté.