jueves, 18 de junio de 2015

La mujer que voló al norte

Hoy desperté con una resaca producto de tantos días sobrio. Recordé que soñé con tu piel y tus manos, con tus cabellos volando por el aire de un camino por el cual cruce cuando niño, cuando jugaba al gran explorador y pasaba horas "explorando" un camino al lado de ese río, que pasa por tu ciudad y que quizás, nunca has visto más allá de la lejana comodidad de un puente. 

Me levante un poco mareado, mi boca extrañaba el sabor de tus besos o del licor, lo que al final, viene siendo lo mismo. 
Entré a la ducha buscando algo de confort y una parte del sueño vino a mi mente, en el, tus piernas delgadas se perdían entre un bosque de árboles de bambú, el viento inundaba mi alma y en medio de un callejón con olor a orina, mierda, flores y cerveza, me sentaba a llorar. 

Salí para el laburo y en medio de un predio baldío, una rata muerta me hizo pensar en la última vez que estuviste en esta ciudad que huele a lo que huele todo Latinoamérica; a mierda, flores, cerveza y orina. Recordé tu sonrisa que regalabas muy de vez en cuando por entre los mechones rojos que cruzan tu rostro como una ruta que trasgrede un paisaje, pero que a la vez, lo hace más hermoso.

Recordé que ese día no era de día, sino de noche, y que fue la última vez que te vi, porque al día siguiente te fuiste, por ahí, volando, después de contar que la distancia no es ausencia, después de asegurarme que volverías, aunque en tu mirada partida se veía que no lo harías, después de contarme que soñaste con un ave que te pidió que volaras.


Me senté en el metro, miré por la ventana un grupo de aves que volaban al norte, tal como lo hiciste. Te imaginé como un flamenco con sus piernas largas y delgadas, posando en muchos lagos llenos de seres vivos, esos seres que tanto te gustan, te imaginé en mil lugares y recordé que en el sueño, te ibas volando, como una garza, mientras yo me posaba en el suelo con una roca preciosa que conseguí en el camino al lado del río para ti, al parecer, en el mundo de las aves, soy un pingüino.

viernes, 15 de mayo de 2015

El almuerzo

-¡Graciela! Grita Alicia mientras se asoma por el portón de la casa, -¡Aquí estoy! Responde Graciela desde el patio, donde ha estado toda la mañana intentando arrancar la mugre de la grasa que se le queda en la ropa a Gilberto.

Alicia entra con confianza a la casa, la ha visitado más de una vez, son vecinas desde hace 15 años y, en el caso de Graciela, es amante del marido de Alicia desde hace 12.

-Mija ¿Qué estás cocinando que huele tan rico? Dice Alicia mientras entra a la cocina, un poco desviada de su camino, "Ah! Ya veo, son blanquillos"; exclama mientras levanta la tapa de la olla donde estos se encuentran.
-Sí mija, hoy le hice blanquillos a la niña, Dice Graciela pensando en la grasa de la camisa hace unos años blanca de su hace muchos años más, mal marido. 

"Bueno mija, no te molesto más"; dice Alicia mientras emprende camino a la salida.
Graciela sigue luchando contra la grasa.

Al medio día, Silvana, la hija de Graciela entró por el portón saltando en un pie,como si estuviera jugando una rayuela imaginaria que se movía sobre el concreto a medida que Silvana avanzaba.

-¡Amá! ¿Qué hay de almuerzo? Grita Silvana dejando el maletín sobre la cama y buscando el olor de comida en la cocina. En este punto, Graciela que ahora ve en el noticiero, cómo un grupo de hinchas de fútbol violaron a un par de mujeres que al parecer, trabajaban en un almacén donde se vende ropa deportiva, no se había percatado de la visita de Alicia a su cocina.
-Mija, ahí hay blanquillos; dice Graciela pensando en Carlitos, el niño que ahora tiene tatuado el escudo del equipo de la ciudad en el pecho que vive mostrando cuando anda por la calle sin camisa. 

Cuando silvana se dispone a servir un plato lleno de blanquillos, su plato preferido después de la carne asada, siente que su madre llega de improvisto a la cocina, le quita el plato y devuelve los blanquillos a la olla, -Dejá ahí mijita que te voy a preparar un buen pedazo de carne asada, esos blanquillos mejor para más tarde ¿sí? Dice la madre con cara de preocupada que no espera respuesta de la hija para sacarla de la cocina.

Nadie comió blanquillos.

Llegando el final de la tarde, Graciela llama a Silvana y le muestra, como, dentro de la olla de los blanquillos, ahora residen unos gusanos blancos de unos diez centímetros, que se mueven lentamente sobre el guiso, todos tiene de cabeza el blanquillo  que hasta hace unas horas, era el almuerzo familiar.

lunes, 13 de abril de 2015

Los mensajeros de Dios

Anoche salí con los voluntarios de la Fundación Los mensajeros de Dios, quienes trabajan alimentando a los habitantes de las calles de Cali. 
A eso de las nueve de la noche, nos subimos unas diez personas, entre ellos los dos ancianos fundadores de éste lugar caritativo, a una minivan que nos llevó por entre las calles del centro de Cali. Calles que se encuentran ubicadas entre la nada, donde la basura pulula como si saliera de cada pared que resguarda estos pasadizos secretos para casi dos millones de habitantes de caleños* 

Nos bajamos en una esquina, ahí, era quizás el único lugar donde aún la lampara de la calle funcionaba, de resto se veían sombras caminas entre la oscuridad, sombras que se identificaban por el bazuco prendido y el humo que expulsaban. 

La anciana fundadora, me pidió que llevara unas cajas de icopor** con lentejas, muslos de pollo y arroz a cada persona que encontrara. Terminé regalando unas 20 cajas mientras mis acompañantes hacían lo mismo. 
Diez minutos después de llegar, casi unas cien personas estaban comiendo la cena que trajimos. Algunos no quisieron recibir, otros estaban casi inconscientes y no respondían a ningún estímulo. Entre los beneficiarios estaba una mujer indígena, de unos veinte años pensé, hasta que me contó que tenía catorce, que estaba ahí desde los 10 y que no recuerda de dónde venía. Me contó que tuvo un marido pero no ha aparecido desde hace varios meses, que le ha tocado salir a mendigar para tener donde dormir y que la comida que le estaba dando, era la primera que probaba desde hace dos días. 

Después de entregar la totalidad de las cajas, el anciano fundador nos pidió volver al auto; me despedí de la mujer y empecé a caminar, se acercó la anciana y mientras caminábamos por las calles oscuras inundadas a un olor entre bazuco y mierda, me contaba que esta labor la hacen una vez al mes, que a la indígena nunca la había visto, que la norma es que uno nunca se vuelve a encontrar con los mismos habitantes, que siempre son nuevas personas las que llenan la calle, que todos cuentan la misma historia y que debería tener cuidado. 

Abrumado subí al auto y abrumado llegué a mi casa. No pude dormir. 

Al medio día, mientras caminaba entre mi casa y la universidad, escuché una noticia sobre unos habitantes de la calle que amanecieron muertos en el centro de Cali, antes de entrar en pánico por las razones obvias, mi corazón entro en calma, por algo que aún no puedo explicar. 

Llegué a la universidad, les escribí a la fundación pidiendo ser voluntario para el próximo mes. 





*Caleño: Gentilicio de los habitantes de Cali, Ciudad del occidente de Colombia
**Icopor: Poliestireno expandido, es conocido con un nombre diferente en cada país. 

viernes, 16 de enero de 2015

Sobre las personas que miran al sur

Me despertó el ruido de la calle, saqué mi rostro por la ventana del hotel y vi como la calle estaba llena de personas caminando, mire el reloj y eran las dos de la mañana, pensé que quizás se había equivocado y era más temprano, quizás que fuera sábado influía un poco en la asistencia masiva a la calle. De un momento a otro se hizo el silencio, las personas se detuvieron como robots que reciben la orden de parar.

Me puse un pantalón y la chaqueta negra que me regalo Luis la última noche que estuve con él, mientras lo miraba caminar desnudo por la habitación del hotel donde los pilotos debemos quedarnos, no muy cerca del aeropuerto, pero tampoco tan lejos, sentí nostalgia por Luis y acaricié la chaqueta como lo hice con su rostro al despedirnos. En el lobby del hotel no había nadie, el botones que siempre estaba pendiente de ofrecer sus servicios como jíbaro estaba ausente, me sentí extraño en un lugar tan grande, de columnas amplias y salones largos, con pasillos donde siempre se escuchaba el sonar de tacones. Todo está en silencio. 

Salgo a la calle y encuentro a las personas estáticas mirando al sur de la calle, miro y no veo nada, pienso que debe ser un mal sueño. Busco entro los humanos-estatuas a alguien conocido pero todos me son extraños, como si no pudiera encontrar en ellos a una sola persona, como si fueran reflejos de una pared. Empiezo a sentir que todo es real y a la vez familiar, como si ya hubiera estado ahí, como si no fuera mi primera vez con personas heladas y estáticas que sólo miran al mismo lugar sin moverse, sin ser. Luego recuerdo a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros del colegio y empiezo a notar una similitud; todos los que me han rodeado con el tiempo han terminado así, como estatuas que miran un horizonte que se les hace lejano, imposible. Siento un frío intenso y me abrazo a la chaqueta que el desnudo Luis me dio una noche antes de despedirnos, mientras el aire caliente nos sofocaba ¡El maldito Luis me dio una chaqueta en verano! y Aun así, ahora, mientras me abrazo a ella y encuentro un rastro del olor de él, siento frío. 

Cierro los ojos y el aire hiela mi piel, siento como el frío se va metiendo por mis huesos y la soledad se vuelve tan tangible que mi lengua la saborea. Me levanto e intento correr dentro del hotel pero la puerta está cerrada ¡Quién mierdas la cerró! Busco en la calle algún lugar abierto y todo está cerrado, las personas siguen ahí, de pie, sin moverse, sólo respiran y quizás sea eso lo que más me asusta de ellos, intento no tocarlos, no despertarlos de su trance. El desespero empieza a aumentar y mis pies se sienten cansados, me desespero y grito, grito como nunca he gritado en mi vida y nadie escucha, nadie se mueve, el viento aumenta y sin darme cuenta me encuentro mirando el sur, el sur se vuelve tentador pero lejano, como un abrazo escrito por correo, como un buen deseo de alguien lejano, como un "te amo" que se dice por teléfono. El frío desaparece y mi cuerpo se detiene, la mirada se pierde mientras mis pensamientos se opacan, lo último que hago antes de detenerme es en pensar ¿Cómo llegué aquí?

Abro los ojos mientras mi cuerpo nada en sudor, a mi lado duerme Luis con su culo al aire, en la silla está la chaqueta que me ha regalado, creo que me quedaré un día más con él.