martes, 14 de junio de 2016

Volver

Existe una constante en el cine actual, todas las películas recurren a la nostalgia para vender una nueva función. La última que llegará, será una secuela del Día de la Independencia. Mirando mi situación actual quise recordar cómo la primer película con tal título llegó a ser la película que más he visto en mi vida. 

Era sábado o eso recuerdo, mi padre estuvo en la casa toda la semana, lo cual era una especie de premio por haber ganado el colegio, tenía unos 7 años y el segundo grado había sido terrible, primero por el niño que rompió su nariz en mi mano, cuando intentó hacer una broma con el apellido que mi madre me había puesto. Después por los castigos del colegio laico con comportamiento católico que insistía en castigarme por jugar a incendiar el salón. 
Mi padre, me sacó del colegio, me llevó por lugares donde quizás nunca vuelva, para luego llevarme a un colegio, ahora sí, católico, donde al parecer me formé como la casi persona que hoy escribe. 

Gané el año, a pesar de haber llegado tarde, no fui el mejor del salón a pesar de ser seis meses mayor que el resto. Eso, en aquellos años, no importaba.

El sábado en la mañana llegó mi padre con una caja, su historia, era más o menos así.

"Caminaba por los lados de la avenida séptima, acá cerca, cuando un señor en un bus de esos de Expreso Brasilia, se detuvo para preguntarme por una dirección que te puedo jurar, nunca había escuchado. Yo me hice como el que sabía y lo mandé por los lados de Pan Norte, quizás se pierda, es lo más seguro, pero ni modo. Lo chistoso, es que el señor todo agradecido me pasa una caja ¡Así, Cómo si nada! Y usted sabe bien que no soy hombre que ande recibiendo cosas en la calle, así que primero me hice de rogar, hasta que él me mostró lo que había ¡Nada más y nada menos que 23 películas de Día de la Independencia! Mijo, usted sabe lo complicado qué es conseguir esta película en esta ciudad".

En el momento no entendí la gracia de tener 23 películas de lo mismo, de una película que estuvo en cine hace upa, que nadie había visto en años, que estaba en Blockbuster de la sexta. Pusimos la videograbadora mientras mi padre me contaba lo bueno que era conocer gente de esa, que era agradecida aún con el que no les hacía ningún favor, yo pensaba que él señor del bus nunca supo que mi padre le había dado falsas indicaciones, pero no quería quitarle su pequeña victoria después de una semana de estar ahí, solo, conmigo. 

Dos días después, y faltando 21 películas del Día de la Independencia por verse, él fue llamado al deber y regresamos a la rutina de nuestra vida, las visitas cotidianas un par de noches a la semana en las que el whisky y Pink Floyd calentaban la casa. 

Cuando tenía unos 9 años, mi padre volvió una noche sin avisar, fue sorpresivo pero agradable, esa noche no hubo whisky ni música de otros años. Me pidió que lo acompañara a ver las 21 películas faltantes. 

El insomnio nunca ha sido un evento extraño en mi familia, ese día nos quedamos despiertos mientras Will Smith soltaba su paracaídas para nublar la visión del alien que luego moriría intentando estallar la cabeza del presidente. Seguimos despiertos después de ver por cuarta vez que todo el mundo huía de Washington mientras un judío y su hijo con problemas de celos intentaba salvar a la humanidad. 

En la mañana desayunamos huevos revueltos mientras una muchedumbre de noventeros con pancartas estúpidas le daban la bienvenida a los aliens desde un edificio pronto a explotar.

No sé el tiempo que nos tomó ver las 21 películas, hablamos muy poco, dormimos menos, comimos comida a domicilio y otra hecha en casa, comimos sunday original de Dary pedido por teléfono, agotamos nuestros ojos como si aquella película fuera lo primero que un ciego de 60 años hubiera llegado a ver. 

Después de eso, él se tuvo que ir, llamado de nuevo a cumplir con sus labores. Nunca más lo volví a ver.

A los 9 días llegó su hermana a contarme sobre el proceso fúnebre, duré más de 5 años en volver a ver aquella película, aún conservo los 23 VHS con la misma película, sin rebobinar, acumulando el polvo de mis memorias. 

En una semana iré a cine, compraré crispetas dulces como a él le gustaban, me sentaré en un puesto sin nadie a mi lado, y justo antes de empezar, cerraré los ojos e imaginaré su rostro 16 años más viejo, sonriendo ante la posibilidad de imaginar que el chofer de algún bus, le regale 23 DVD's del Día de la Independencia. 


jueves, 11 de febrero de 2016

Después de 6 años


Te cuento que después de volver de Bogotá, me senté afuera de una biblioteca y hablé de vos con alguien que ya no está. Siempre decías que tengo el vicio de estar con lo que no estará. Después de eso me mudé, cambie el color de la sombra y aunque con el tiempo intenté andar del color que siempre viste en mí, con los días una mujer me lo arrebató y lo escondió en sus ojos. Lo usó como mezcla, ya que era rubia y con mi azul, sus ojos se convirtieron en verde. Después de descolorarme se fue a dejar un poquito de mí en otros.


Con el paso de los días empecé a olvidar cosas, muchas de ellas relacionadas con mi padre, con mi niñez, con los amigos que estaban lejos, olvidé hasta la vida de "Muelitas" el niño abusón del colegio. Todo ha cambiado tanto que ahora se dice matoneo a lo que usted conoció como charla casual.
Nunca pude olvidarla, ni siquiera su olor, que de vez en cuando busco entre las mujeres erguidas y orgullosas que caminan por esta ciudad caliente, usted sabe que son muy pocas esas mujeres. Entonces empecé a aplicar sus dichos, sus palabras, sus ideas, hasta cierto momento me volví mordaz con los otros cada vez que intentaban acercarse. De usted, aprendí a lastimar con más fuerza a medida que más se acerca.


De los cactus que usted conoció no queda ninguno, todo se ha ido muerto, pero usted sabe de eso tanto como yo. De hecho, después de usted se fueron esas personas que podían llegar a mí, sin quererlo, la naturaleza se encargo de ir dejando mi corazón como un castillo olvidado, con sus murallas altas y levantadas pero completamente vacío.
Mi intención no es culparla, es contarme, pensando en usted, qué tan mal me ha ido.
Mi vida se ha vuelto una habitación llena de macetas vacías, sin tierra, sin agua, sin vida. Hace unos meses recordé al padre Gómez , el señor calvo y alto que hizo los procesos mortuorios de tus hijos. Usted siempre dijo que si no fuera porque mi abuelo era la brisa del mar en la noche, se habría casado con el padre Gómez. Él siempre decía que todos eramos polvo, pero se equivocaba. Somos barro. Somos 70% agua y el resto es tierra. Por eso he empezado a llenar las macetas con algo de mi tierra, cada día soy menos alto, menos guapo, menos inteligente, menos audaz, menos alegre, más blue.


Todo es a propósito, con la intención que al morir, cuando metan los restos de mi cuerpo en una caja, busquen las materas que estarán llenas de tristezas, de sueños, de esperanzas, del sonido del teléfono que nunca volvió a sonar, llenas con los aretes que te quitabas sólo cuando ibas a tomar café, con las canciones que mi abuelo cantaba en la terraza, con las manos que tantas vidas acariciaron, hasta el último día que acariciaron mi corazón. Y con esa tierra, puedan guardarme ahí, al lado de usted.


La verdad no quería escribir esto, pero lo hago porque me pasé todo el día sonriendo y haciendo chistes, aguantando toda la mierda que los días siempre mandan. Soportando los sarcasmos que no son los tuyos, los chistes pesados sobre mí que no salen de usted, los insultos que quizás me debiste decir, en vez de mirarme con esa mirada de ojos multicolores que siempre tenías en las tardes cuando el sol amenazaba con incendiarlo todo, mientras susurrabas con una voz alegre y melancólica "mi pequeño Blue".