Era un 5 de noviembre, festivo. En Cali los días festivos son como un caracol que intenta deslizarse sobre el desierto; lentos, dolorosos, olorosos, con calor, como si fuera el último día del fin del mundo.
Llevaba varios días en cama, su sala se había condicionado de tal forma que podía estar ahí acostada mientras el gotero mostraba que el líquido para quitar el dolor se iba agotando. Ella sonreía, lo que siempre amé de ella fue su capacidad de sonreír, a pesar de que la vida le cortó el camino muy temprano, ella seguía sonriendo. Esa tarde estuvimos escuchando la música que ella amaba, mientras su madre en la cocina jugaba a preparar el almuerzo mientras lloraba.
-Sabes, por estos días ya no siento nada, me dijo mientra mirábamos un cuadro de una mujer mirando por la baranda de un barco, mientras se ocultaba el sol en el horizonte. Hace tiempo sentía el dolor en la cabeza, ahí todo empezó, luego me dolía todo el cuerpo cuando estaba en quimio, después de la operación sólo sentía la cabeza muy pesada…pero ahora no siento nada, siento el cuerpo tan liviano, sé que quizás sea la morfina, pero cuando se acaba sigo sin sentir ningún peso.
Escucharla hablar era un regalo de esos que nunca olvidas. Le tomé la mano y le bese la frente, estaba fría. Su mirada tenía un brillo especial, como el de una niña que estaba a punto de subirse al carrusel después de pedirlo mil veces, era blanca, demasiado, como si nunca hubiera sido tocada por el sol.
Después de almorzar, dijo que tenía sueño, me abrazo, nos abrazamos,sentí su corazón latiendo suavemente en mi pecho, su cabeza reposada sobre mi hombro, por un momento no estábamos ahí, en una sala vuelta habitación de hospital, con batas y guantes, sonidos de diástoles y sístoles, con la inminente presencia de la muerte que se paseaba por todo lado donde se mirara, menos en ella, en sus ojos, en su mirada. Me dio un pequeño beso de despedida y su aliento era tibio.
Fue la última vez que la vi con vida, un par de horas después, cuando su madre quiso despertarla de la siesta, ella no respondió. Su madre se sentó en el suelo al lado de ella y se quedó ahí, inmóvil, llorando por horas, hasta que el padre llegó y vio la escena que esperaba encontrar todos los días.
Mi mejor amigo me fue a buscar, me encontró sentado en el suelo, al lado de la cama que no había tocado en días, quizás semanas, estaba llorando, algo en mí sabía lo que había pasado, algo en mi había muerto ese día.