miércoles, 26 de noviembre de 2014

Noviembre V

Sucedió que la puerta sonó con fuerza por la partida de los labios que un momento antes dijeron adiós, adiós que dieron antes de un beso triste y sin amor.
El silencio se hizo dueño de la habitación mientras el ruido de vendedoras de salpicón llenaba la calle colorida de la vieja ciudad. La depresión ya era una constante en su cuerpo y la confirmación de la ausencia de la mujer que hasta hace 2 minutos era su amor, lo impulsó a la muerte. 

Mientras en la calle suena un vallenato de Diomedez Díaz, decide la columna más resistente de la casa, camina a ella y cuelga la correa que le regaló la mujer que ya partió, la ajustó a su cuello y dejó ir el soporte que lo sostenía en la vida.
Pasaron los 30 segundos donde la vida debería empezar a irse, recordó los estudios en la escuela de detectives y todos los casos de gente suicida que al final no lograba su cometido como lo pensaba, recordó al tipo que se cortó las venas y luego se ahorcó desesperado por la lentitud de la muerte desangrado, pero la sangre derramada sobre la habitación del hotel no era justo con la mujer mulata de la limpieza que le había sonreído la noche anterior.
Sentía un cosquilleo en las manos y los pies se volvían pesados, pensó que era su sangre acumulándose en las extremidades sin poder circular bien, sentía como su cuerpo reaccionaba a la muerte y ya iban 50 segundos de estar en el aire con el cuello sostenido por el cuero del cinturón.

Pero resultó que el cinturón no era tan bueno como lo pensaba, o quizás su cuerpo pesaba más de lo que él creía, quizás la tristeza se había vuelto un peso físico tan grande que a los 58 segundos exactos el cinturón determinó que ese día no era el día de la muerte, que  por el tiempo que durara en imaginar una nueva forma de morir, la vida continuaba. 

Cayó al suelo con los ojos rojos y el aire entrando con violencia a los pulmones produciendo un ataque de tos. Al minuto de estar tosiendo en el suelo pensando en lo patético de la situación, tomó la decisión de salir a caminar la ciudad de las playas más costosas de su país. 
Con los pasos perdidos entre restaurantes y prostitutas, terminó por encontrar a una mujer que andaba tan perdida como él, tan sola como él, tan necesitada de amor como él. No dudaron en estar juntos, y así, hacer valer su existencia por un día más. 

Dos días después se despidieron mientras ella volvía a Ciudad Solar a buscar a la familia que había dejado atrás, él continuaba con su viaje a través de sí mismo para encontrarse al final de sus días con una bala que quizás desde niño siempre buscaba.

Y sucede que él piensa en aquella noche de febrero, justo 9 meses antes de que naciera quién con 3 años de edad, está sentado frente a él, con los ojos rojos llenos de lágrimas y la mirada perdida en la ira del no saber que en ese instante sin querer y sin pedirlo, acababa de ganar un padre. 

2 comentarios:

  1. Diomedes es la banda sonora de la vida de cualquier Colombiano

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  2. Eso es cierto, gracias por leerme viejo Danny.

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