De pequeños, cerrábamos los ojos para cruzar la calle tomados de la mano, iniciando nuestro caminar con el pulso acelerado y los pasos calmados, cruzábamos dos carriles de una de las vías mas concurridas de Ciudad Solar.
Nunca morimos.
Con el tiempo dejamos de jugar a cruzar la calle de esa forma, los afanes de la ciudad van consumiendo poco a poco los tiempos infantiles. De un día para otro él empezó su carrera por lograr nombres de hombres en su prontuario, mientras mi caza de mujeres empezaba a ser fructífera. Yo me enamoraba de cada mujer que conocía mientras él enamoraba a cada hombre que se le acercaba, hombres que con el tiempo le rompían el corazón, corazón que con el tiempo aprendió a dejar escondido en mi casa los sábados en las noches, antes de salir a la sexta calle de la Ciudad Solar, a conquistarse dentro de un extraño más.
De mi parte, el tiempo lo empeñé por una mujer, lo alquile por otra y al final lo regale por algún par de piernas (buen par de piernas) que me convenciera de que la felicidad estaba en el inicio de su buen par.
Aprendimos el valor de la distancia y empezamos a valorar cada sábado en la tarde que lográbamos encontrar sunday de fresa. Aún en los días de lluvia de la Ciudad Solar, la compañía se hizo imprescindible. Las noches de pesadillas surgieron de la nada llamando la atención de los insomnes, nos juntamos con una armadura a combatir los muertos, a pelear contra el pasado por nuestras vidas futuras, hubo noches que lo logramos, otras donde hubo empate, y muchas donde perdimos. Igual siempre lo celebramos con licor y helados.
Entonces llegó lo inevitable, él logro conseguir lo que no quería y mi camino me alejaba cada vez más de su compañía, nuestros pies nos llevaban en direcciones opuestas, los de él caminaban sobre el agua mientras los míos aprendieron a hacer túneles bajo tierra.
La linea seguía segura bajo el sustento de las cartas tierra-mar, pero todo debe tener un final, lo aprendimos de niños y aunque lo negábamos para nosotros, siempre supimos de lo inevitable, que los humanos nos unimos, consumimos y nos alejamos, ya era nuestra hora de despedirnos. Él tenía sus propias calles para cruzar con los ojos cerrados, yo tenía mis tardes de sábado con helados.
Una tarde, mientras mi cuerpo se untaba de mujeres desconocidas, llegó el mensaje de su enfermedad, la piel se puso de gallina mientras sus células un nuevo mal prometían. Al principio supe que tenía un guardián de su corazón, con el tiempo supe que su corazón se descocía con cada nueva ronda de medicamentos agrios.
Hace un año, llegó la carta de su fin, de su inexplicable fin, así como todas las muertes son inexplicables para quién está vivo, así mismo fue su evento. No fue bueno para mi vida saber de su morir, las heladerías cerraron y no hubo calor de mujer que saciara el desazón.
Confundido sin saber la razón, frente a una de las calles más concurridas de Ciudad Solar, cerré los ojos y empecé a caminar, escuchaba autos al fondo y sentí en mi mano algo que la apretaba con la fuerza de un niño con el corazón a mil por hora, a diez metros, un auto blanco intentaba reaccionar a mi presencia, no lo hizo con suficiente fuerza.
No volví a abrir los ojos... mierda.
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