Uno: el hilo de luz amarilla que entra por la persiana azul, da justo en el inicio de la pared, lo cual permite calcular la hora. Esteban lleva días encerrado en su habitación, sabe que la luz marca un poco más de las once de la mañana, con el tiempo, todos aprendemos a leer las paredes que nos rodean.
Suena el timbre y se para a abrir.
Sol, salió de casa una hora antes, se puso el vestido negro que siempre le ha gustado a Esteban, sin ropa interior para completar la indumentaria del coqueteo. Desde hace unos días él se ha encerrado en una de sus ya normales depresiones contemplativas. Ella ya ha acostumbrado a su corazón a esos días en los que la persona más inteligente y pasional que ha conocido se inserta en un sistema mecánico de comportamiento lineal, del cual, con el tiempo, termina saliendo con su mirada triste siempre posada en el trasero de ella cuando se baña justo después de amarse. Toca el timbre y el hombre alto y blanco del que se ha enamorado un par de años atrás abre la puerta.
La morena en vestido negro entra en la habitación y le besa la mejilla, él se deja llevar por la sensación de deseo que produce el olor de una mujer que está dispuesta a amar, le quita el vestido negro suavemente y ambos caen en el juego del amor mezclado con deseo y necesidad.
Dos: la delgada luz que entra por la persiana azul divide la pared en bandos iguales, el viento de Ciudad Solar se cuela por los espacios de la ventana y el balcón, los dos únicos espacios que han acercado al mundo de afuera con Esteban.
Sol se levanta y ve los ojos tristes posarse en el trasero gordo, redondo y lleno de besos y caricias, se siente hermosa, deseada, amada, completa. Deja la puerta del baño abierta para que Esteban pueda verla ducharse como tanto le gusta a él, ella lo ve por medio del vidrio de la ducha y siente que él nunca será un recuerdo, gira para aplicar jabón en todo su cuerpo, le da la espalda mientras ofrece un bamboleo del trasero al ritmo de una canción que no recuerda.
Gira su cuerpo moreno de poca estatura y ve la cama vacía, su corazón se acelera.
Desde hace unos días las ideas se han vuelto pequeños escarabajos que caminan por las paredes de la habitación, algunos se esconden en huecos que la memoria hace mientras otras huyen por los espacios de la persiana. Sólo uno ha sido su compañero en las últimas horas, es un conteo progresivo de uno, dos, tres y se repite tantas veces sea necesario.
El olor de Sol en su cama le hace sentir pleno, lleno de la alegría que sólo se manifiesta en la morena que le hace ojos y movimientos sensuales desde la ducha. El conteo termina, se levanta desnudo de la cama, llega al balcón y ve a Ciudad Solar bombardeada de un sol amarillo implacable, unas nubes cubren las montañas, respira hondo y siente el aire golpear su cuerpo desnudo en el balcón del piso veintitrés, mientras Sol sale de la ducha y lo llama con voz nerviosa.
Tres: parado en el balcón, Esteban se lanza.
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