Don Roberto camina suavemente, la bolsa para la orina le impide dar pasos
más allá de los 15 cms, la casa está en silencio desde que ella se fue, hay un
camino de hormigas que atraviesa los cuadros que alguna vez tuvieron fotos a
blanco y negro y ahora, tienen pequeños fantasmas oxidados que se han ido
borrando por el sol y el aire.
Sigue siendo la casa donde aquellos que crecieron en el barrio y no tuvieron
la suerte de encontrar la fortuna recaen, toman una bebida y siguen adelante.
El silencio sólo es superado por la fuerza de la ausencia de una mujer que
allende le dio vida al lugar. Aunque hay parlantes, ya no hay música, aunque
hay una historia palpitando en el aire, ya no hay nadie quien la cuente.
La casa está hecha sobre piedra, es una loma empedrada que no cederá nunca
por el clima, no lo ha hecho en casi 500 años sobreviviendo a terremotos,
protestas, violencias y lluvias torrenciales que devoraron montañas hermanas en
su totalidad. Es como si las almas de aquellos que entregaron su amor y
presencia en esta pequeña loma, lo sostuvieran sobre todas las cosas.
Al frente una casa de fachada envejecida y techo destruido que promete venirse abajo en cualquier momento, pero si la montaña es fuerte, las casas lo son aún más. Con pequeños arreglos circunstánciales estas casas que han sobrevivido al amor de Don Roberto y ella, que vieron venir y sentarse a cientos de perros y gatos que se paseaban por el lugar, a miles de turistas y caleños interesados en conocer el último rincón olvidado del mundo. Estas casas prometen sobrevivir a Don Roberto que está agotado y triste y cansado, prometen sobrevivir a los hijos de los vecinos que ahora tienen aretes y tatuajes y usan motos que suenan muy duro pero andan muy poco.
Me tomo una cerveza, no está fría del todo, cómo si el frío de su famosa
nevera que congelaba la cerveza se hubiera perdido. La muerte de ella significó
la pérdida absoluta de todo, del frío de la nevera, de la música de los
parlantes, del color de las sillas y mesas donde se jugaba parqués en las
noches de pandemia, ella se fue y Ciudad Solar perdió sin darse cuenta, el 35%
de su alma. Don Roberto es el otro 35% y hoy está cansado, caminando lentamente
con su bolsa de orina que nunca llena.
El 30% restante es esta montaña empedrada que se niega a rendirse, pero que muy posiblemente algún día de mucho sol y poca lluvia, de esos en los que no se ven nubes a kilómetros de distancia y las aves vuelan tímidas bajo el sol, en que las casas del barrio le pidan a la montaña rendirse, entregar la resistencia, porque estarán cansadas y querrán descansar con todos los que estuvieron aquí por 500 años, Don Roberto y Ella, aplaudiendo mientras suena una salsa y sonríe mirando a Don Roberto verla sonreír
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