lunes, 26 de mayo de 2014

37 pasos

Es un microcuento que no recuerdo dónde lo leí, sólo recuerdo que estaba guardado como una carta para enviar a alguien.
"1.Contar Hasta 3

2.Uno
3.Dos
4.Tres
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.Volver a contar hasta 3
13.Uno
14.Dos
15.
16.
17.
18.
19.
20.Dos
21.
22.
23.
24.
25.Tres
26.
27.
28.
29.
30.
31.Tres
32.
33.Tres
34.
35.
36.No importa
37.Saltar de la azotea."

domingo, 25 de mayo de 2014

Volver

Miro al cielo y bajo las nubes azules un águila vuela buscando un ave para comer, cierro los ojos y salgo.
El ronroneo del aire acondicionado, la tos del hombre de al lado y mis ojos escondidos en gafas que leen páginas de un libro que habla de la sangre y de la guerra que tuvimos antes de las sangre y de las guerras que tenemos hoy por hoy. Miro el cielo y al fondo el paisaje se torna gris -"Va a llover"; me dice el hombre de la tos con su camisa blanca que brilla con el sol del medio día.

Me bajo en una estación, camino por un túnel y pregunto sobre la ruta que me llevará a mi destino, me subo en un bus verde me siento y abro la página, a mi lado, una negra enorme en un vestido fucsia que deja poca piel oscura cubierta, sus poros son grandes, sus manos son grandes con la palma de la mano blanca y los dientes amarillos, me estremece y atrae su figura, hace mucho no veía una mujer como ella. 

Se sube una mujer de pantalón verde y le doy mi puesto, lleva una niña de un año, quizás, entre sus brazos y su hombro la nena duerme y ella me agradece la acción intentando ver mis ojos que las gafas ocultan. Yo sé quién es ella, hace unos años me topé con ella a la salida de la casa de un amigo, ella era hermosa de pelo crespo y ojos verdes, de piernas largas y labios gruesos, de nombre que he olvidado, pero las tardes con ella sentados sobre el letrero de entrada a su barrio mirando como el atardecer se convertía en juegos de colores no se han borrado...no del todo.

Ella se queda mirando mi rostro que es el mismo de aquella vez, con un par de marcas de más, no me reconoce y puedo seguir tranquilo, lo último que quería era hablar con alguien que me conociera, mi viaje era con la intención de disfrutar del paisaje citadino un día de ciudadanos, no era el buscar compañía entre la neo madre de 21 años que alguna vez besé bajo el atardecer caleño.

Me bajo y con una sonrisa me despido de ese amor de tarde caleña, hago lo que debo hacer y vuelvo a salir.

Estoy en un bus de nuevo y el camino es a mi casa de nuevo y tomo el bus que no es y el camino será más largo de lo deseado. Voy por una carretera llena de zonas verdes, con gente pobre viviendo al otro lado de un túnel de mierda, está el cementerio de carros muertos, el lugar cerrado promesa de bailaderos nocturnos donde la coca, el amor y el deseo prometen placer cada noche de fin de semana. 
Estoy en un bus con un ruido de aire acondicionado pienso en todo lo que he vivido allá, en ese espacio que siempre fue extraño para mí; sus carros viejos o nuevos con música a todo volumen, sus mujeres de poca ropa, mucho deseo y diminutas ideas, sus hombres de grandes sueños, poca motivación y sin medios, de personas extrañas para sí mismas, que navegan entre esperanzas y lubricaciones que llenan sus piernas, entre colores, tantos colores de ese lugar que cualquier drogado con ácido puede encontrar el nirvana entre una panadería y una peluquería, porque sí algo hay allá es que todos viven bajo la sombra de un local donde sostiene la familia precoz de esperanzas precoces que mueren a la primer menstruación que no llega por culpa del primer beso sin condón que se dan con el primer hombre-niño que las encantó con sus esperanzas precoces como su sexo.

Miro al cielo y el bus sale de la terminal, el viaje de regreso a mi hogar ha empezado y pienso en ella con su hija de un año que babea el hombre mientras ella camina con propiedad y el espaldar jorobado, en mis amigos que se fueron muriendo entre embarazos, amores, puñaladas robadas y balas mensajeras enviadas que se han perdido hasta que una noche cualquiera aparecieron en el pecho de un receptor no deseado, las historias del vigilante de la calle que siempre tenía cigarrillos para compartir, historias con las cuales podía mentir sobre un pasado tan triste que se veía en sus ojeras, sus anhelos para sus hijos que tan bien supieron fracasar al primer intento.
Los besos que no me dieron, los sexos a los que me negué, las fiestas de cumpleaños a las que asistí donde música extravagante bailé, mujeres extravagantes conocí y de tristezas profundas escapé, pensé en toda la sangre que he dejado en ese lugar desde el día en que corrí por culpa de un militar que de un taxi se bajó a disparar hasta aquella noche en que a la chica de ojos verdes y piernas largas la conocí hasta la profundidad, pero en especial de aquel lugar hay algo que nunca podré olvidar...

-Parece que va a llover; me dice una mujer sentada a mi lado. Sonrío y vuelvo a ver el cielo, el sol se oculta sobre una capa de nubes y una avioneta pasa sobre nosotros lentamente, el bus gira y me pregunto ¿En qué estaba pensando?

lunes, 12 de mayo de 2014

Carta a la ventana donde se estrella Edith Piaf

Ven y consuela la tristeza que produce la llegada de tu partida a mi habitación. 
Ven y dime que sólo es un juego como todo en la vida, que tu "no me hables" era como cuando somos niños y le decimos a alguien que no nos hable y al día siguiente le regalamos una chocolatina para que sepa que estamos ahí para él. 
Ven y camina conmigo en círculos sobre la cama en la que tanto nos gusta dormir (juntos). 
Ven y no digas nada, o di todo lo que quieras, o grita o quédate en silencio, o presume de tu nueva falda  y de tu falta de cucos, pero ven.
Ven y vuelve como si no quisieras volver pero volviendo, como los perros cuando están arrepentidos de morder a su amo y regresan caminando lentamente pero con un pequeño movimiento en los pelos de la cola.
Ven que te estoy esperando como Lois Lane espera que Superman la reciba en medio de su caída libre desde algún avión en picada.
O no vengas.
no vuelvas que acá sólo hay sábanas rotas y desgastadas. Un par de libros rayados y otros dos robados (uno para vos).
No vengas acá que no hay nada que sea bueno para vos ni para nadie, no vuelvas porque no piensas volver, porque no quieres volver, porque eres como un gato que crece y se va de la casa.
No vuelvas porque no vuelves y no llegarás a tiempo, porque este cuerpo ya ha caído a su vacío y no hay espacio para vos, no vuelvas que mi cama ya me queda pequeña y tus sonrisas no cabrían en ella.
No vengas porque venir es un acto que muchos hacen, y sólo en la ausencia quedarás en mi memoria. Que te olvidaré con el pasar de las vidas y quizás alguna mañana mientras me levanto con una canción que vos me enseñaste piense en tu sonrisa o en el color de tu coño o en los lunares de tu seno izquierdo lado izquierdo que avanzaban como una manada de pájaros  en busca de su nido en el pezón diminuto de tu pecho.
no vuelvas porque mi habitación no sabría que hacer con tanto color. Tendría que abrir las persianas y vestir mi cuerpo, espantar las mariposas negras que hicieron telarañas en mi techo y despegar los avisos que he robado de cada bus en el que me he subido.
No vuelvas porque no sé qué hacer con vos estando conmigo, porque  sé que solo por lo menos escribiré estúpidas notas al viento que respiras. 

sábado, 10 de mayo de 2014

Transferencia de adicción.

Al principio fue alcohólico, pero después de perder a su familia y trabajo decidió dejar el licor y lo logró con su fuerza de voluntad. Al tiempo se enamoró de una negra de pelo oscuro y mirada café, se volvió adicto a ella y cuando ella lo abandonó, decidió volver al alcohol buscando transferir su adicción ligada a ese cuerpo oscuro que lo dejó

Un día borracho entró en un puticlub y se enamoró de cada una de las 32 putas del lugar, ahora es doblemente adicto.


jueves, 8 de mayo de 2014

Lluvia reptil

Era lluvia, era música sonando a todo volumen, era mi cuerpo moviéndose al ritmo de un rock and roll de esos que saben a ácido y a perico entrando por la nariz, de esa música que electrocuta todo el cuerpo y despierta los sentidos. 

Era lluvia

Eran mi caminar/baile que empezaba en una parada de bus que se tomó con anticipo (el chófer no paró en la parada previa), era mi pelo escondido en un gorro que me daba el calor necesario para seguir con la música, eras vos en la ausencia hecha música/lluvia/agua/camino/baile y al final era una tortuga que caminaba paralelo a mi edificio, sin parar, sin importarle mi baile, sólo una tortuga que salió de la nada y caminaba en medio de una urbe con la esperanza de volver a su origen, casi tanto como yo.

Era lluvia y una tortuga.

martes, 6 de mayo de 2014

Patriotismos

Hoy caminaba por el centro de mi ciudad -que se llama Cali, ciudad solar, calor, el mierdero ese, olla, calicalentura, calicalabozo- y me encontré que en cada esquina y entre esquinas venden la camiseta de la selección de mi país -que se llama Colombia, locombia, trópico, cocalombia, el mierdero ese, hueco, Ecuador, Venezuela, sur-, y me topé con que en todo lado se vende la misma imagen, un color amarillo o rojo con una banda azul en el pecho con el logo de la selección en el lado izquierdo.

Lo llamativo no fue el colorido comercio de productos marca adidas, ardidas, addas, aidas o cualquiera de sus conjugaciones literarias propias de la ropa pirateada que tan bien se sabe hacer en este país pirateado. Lo llamativo fue encontrar una serie de camisas que presentaban colores, formas y hasta escudos distintos a los ya establecidos por un contrato entre la Federación Colombiana de Fútbol y Adidas. En cierto momento fue encontrarme con el ingenio de los ingenieros de lo no propio, con los artificios creados por los publicistas de la calle que nunca han tomado una clase de publicidad con sus profesores prepotentes y sus estudiantes futuros desempleados, me topé con la certeza que a la hora de crear, inventar, mentir, reformular la realidad material de lo que nos rodea, el colombiano es pionero. 

En estos momentos deseo una camiseta de la selección, la roja sería la ideal, pero cuesta más de 100 mil pesos que no tengo para eso. Por otro lado está la misma camiseta pero en azul, color que no me vende la tienda de Adidas en Unicentro, que deseo con ganas, cuesta 30 mil y la vende Sonía, una mujer hija de indígenas una cuadra más arriba de la Plaza de Caicedo. 

Si alguno quiere hacer su labor patriota debería comprar la camiseta del centro de esta ciudad multinombre, en homenaje de todos los habitantes de esta país multiforme.