Hace calor.
Las gotas de sudor bajan por la espalda delgada de la mujer de vestido azul, un hombre con gafas oscuras le da la espalda al sol esperando sobrevivir a esta ola de calor infernal, los niños no salen a jugar por miedo a morir quemados en las aceras hirvientes.
Tengo una cerveza en la mano y al frente una vía amplia donde pasan autos apurados, al frente la mujer del vestido azul pide una Coca-cola y al otro lado de la calle el hombre con las gafas oscuras habla por celular.
Todos los presentes estamos buscando una sombra, un cobijo de este sol incremente que no se rinde en su meta de carburar nuestros cuerpos, en este momento nadie en la ciudad se acerca a nadie, no nos besamos, sentimos repudio del cuerpo caliente y sudado del otro. El Sol nos está individualizando.
-En algún momento algo pasará- me dice el mesero cuando trae la cuarta cerveza del día, están heladas y el sol las calienta en 5 minutos, aquí no llevo ni 20 minutos sentado y deseo ser la gota que llega a la linea del culo de la mujer de azul.
El hombre de gafas cruza la calle y en mitad del camino el zapato izquierdo pierde la goma de plástico, se queda caminando renco, creo que no notó la ausencia de la suela.
Se acercó a la mujer y con un revolver calibre .39 perfora el pecho sudado del vestido azul, son segundos, no dura mucho en su misión.
No hay gritos, no hay silencio, todo sigue igual, los carros pasan apurados, la cerveza se descongela en mis manos, el mesero limpia una mesa, el hombre levanta la vista al sol que sigue pegando fuerte, le da en los ojos, se quita las gafas respirando suave y profundo.
No me he levantado a decir nada, igual a ella no la conozco y menos a él, alguien la llorará, aunque dudo que desperdicien las lágrimas en estos días de calor, alguien lo buscará, pero con 30 minutos en la calle nadie quiere salir de una ducha. Como ya les dije, el Sol nos está individualizando.
Sigue haciendo calor.
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