Empezó cuando empecé a compartir apartamento con su hermana, una médica de clínica privada que terminó divorciándose cuando el esposo le propuso no trabajar más para cumplir su "rol de madre". La separación supuso perder el piso donde vivían, en un café del boulevard una amiga le contó del primo de una amiga que estaba buscando roomie y así terminó aquí.
Con el pasar de los días nos hicimos amigos, ella me contó de su vida, de su perro llamado Oscar y su manía por dormir boca arriba, yo le conté de las fotos que estaban en una caja de zapatos mientras mirábamos llover en los días soleados.
Un día me contó de su plan de visitar a su hermana y madre, ambas vivían en otro país, otro continente, de esos que estaban flotando sobre nuestras tierras y cuya fuerza de gravedad atraían a incautos y personas sin nada qué perder, después de perderlo todo.
La acompañé a la grúa donde estaba el encargado, un joven de pelo negro lacio y la mirada puesta en otro lugar. Nos subimos junto a una pareja de novios que se miraban y besaban las manos, pensé en ella por un momento. La grúa empezó a moverse y ella me agradeció por acompañarla en ese viaje, pasamos unas estrellas y llegamos a la playa donde la esperaba su madre que no me reconoció.
Dos meses después estaba sentado en la entrada de la grúa para bajar con ella, apareció con un vestido floreado y un sombrero de copa, sonreía. Al llegar me presentó a su hermana, una mujer de estatura mediana, con labios medianos y manos pequeñas, me miró y reconoció, aunque ya no éramos los mismos. Al parecer nunca pensamos que el otro del que contaba su hermana era yo y, que la hermana de la que me contaba, era ella.
Ella notó la conexión y decidió sentarse sola en la grúa, la hermana se sentó al lado mío y la maquinaria empezó a descender: en el camino decidimos pararnos para bajar por los escalones como si fueran estrellas que se movían para recibir nuestros pies, pasó el sol y la luna mientras sentíamos descender nuestros cuerpos por una vía que iba al agua o a ningún lugar, no hablamos, nos mirábamos y recordamos aquella noche en el parque viendo a las chicas cantar canciones de los 90s, a los chicos siendo registrados por la policía, a la calle llena de gente de la calle esperando un momento para manifestar su existencia, recordamos sin nombrarlo los jugos en caja y los besos a la vuelta de la esquina, recordamos sin nombrar al dolor.
De un momento a otro la grúa se detuvo, el suelo estaba ahí y bajamos en silencio, el chico de cabello lacio seguía manejando la grúa en nuestra tierra. Después de que ella bajó, detrás bajaron muchas ellas vestidas de muchas formas: la ella de vestido de gala, la de ropa para hacer aseo, la vestida para ir a bailar, la que tenía el cabello corto y la del cabello largo, la de la sonrisa triste y la del llanto fácil, la que estaba sentada en un paradero esperando la llegada de alguien y la que estaba sentada en una fiesta en una terraza en los 2000's, todas ellas bajaron como en una pasarela de los recuerdos que como todo proceso de memoria, estaba inundado de nostalgia, mentiras e ilusiones.
Al final, la última en bajar fue una mujer que era ella sin serlo, era una figura en negro mate que ocultaba todo su ser, yo sabía que era ella, ella sabía que era ella, hasta el chico de la grúa sabía quién era, pero nadie lograba verla, como el fantasma oculto en el rincón de la habitación que nadie se digna a mirar fijamente.
Un parpadeo después ella no estaba, su hermana arreglaba la maleta y se quitaba el sombrero de copa, me preguntaba en qué íbamos a ir a la casa mientras sonreía, la miraba fijamente y antes de lograr responder me desperté.
Miré el celular, eran las 2:40am y llovía como ha llovido todos los años desde el día que Ciudad Solar se hundió en la tristeza, miré el rincón oscuro de la habitación y no había nadie, decepcionado me volví a dormir.
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