martes, 5 de diciembre de 2017

Veintitrés (a manera de conteo)

Uno: el hilo de luz amarilla  que entra por la persiana azul, da justo en el inicio de la pared, lo cual permite calcular la hora. Esteban lleva días encerrado en su habitación, sabe que la luz marca un poco más de las once de la mañana, con el tiempo, todos aprendemos a leer las paredes que nos rodean.
Suena el timbre y se para a abrir.

Sol, salió de casa una hora antes, se puso el vestido negro que siempre le ha gustado a Esteban, sin ropa interior para completar la indumentaria del coqueteo. Desde hace unos días él se ha encerrado en una de sus ya normales depresiones contemplativas. Ella ya ha acostumbrado a su corazón a esos días en los que la persona más inteligente y pasional que ha conocido se inserta en un sistema mecánico de comportamiento lineal, del cual, con el tiempo, termina saliendo con su mirada triste siempre posada en el trasero de ella cuando se baña justo después de amarse. Toca el timbre y el hombre alto y blanco del que se ha enamorado un par de años atrás abre la puerta.
La morena en vestido negro entra en la habitación y le besa la mejilla, él se deja llevar por la sensación de deseo que produce el olor de una mujer que está dispuesta a amar, le quita el vestido negro suavemente y ambos caen en el juego del amor mezclado con deseo y necesidad.

Dos: la delgada luz que entra por la persiana azul divide la pared en bandos iguales, el viento de Ciudad Solar se cuela por los espacios de la ventana y el balcón, los dos únicos espacios que han acercado al mundo de afuera con Esteban. 
Sol se levanta y ve los ojos tristes posarse en el trasero gordo, redondo y lleno de besos y caricias, se siente hermosa, deseada, amada, completa. Deja la puerta del baño abierta para que Esteban pueda verla ducharse como tanto le gusta a él, ella lo ve por medio del vidrio de la ducha y siente que él nunca será un recuerdo, gira para aplicar jabón en todo su cuerpo, le da la espalda mientras ofrece un  bamboleo del trasero al ritmo de una canción que no recuerda. 
Gira su cuerpo moreno de poca estatura y ve la cama vacía, su corazón se acelera.

Desde hace unos días las ideas se han vuelto pequeños escarabajos que caminan por las paredes de la habitación, algunos se esconden en huecos que la memoria hace mientras otras huyen por los espacios de la persiana. Sólo uno ha sido su compañero en las últimas horas, es un conteo progresivo de uno, dos, tres y se repite tantas veces sea necesario.
El olor de Sol en su cama le hace sentir pleno, lleno de la alegría que sólo se manifiesta en la morena que le hace ojos y movimientos sensuales desde la ducha. El conteo termina, se levanta desnudo de la cama, llega al balcón y ve a Ciudad Solar bombardeada de un sol amarillo implacable, unas nubes cubren las montañas, respira hondo y siente el aire golpear su cuerpo desnudo en el balcón del piso veintitrés, mientras Sol sale de la ducha y lo llama con voz nerviosa.

Tres: parado en el balcón, Esteban se lanza.

viernes, 12 de mayo de 2017

Sobre el día de la madre y el padre.

La paternidad y la maternidad no es algo que haya conocido de alguna forma, he estado ausente de muchas cosas en mi vida, desde mi nacimiento hasta la muerte de ella siempre estuve ausente, una ausencia que no se construye con las necesidades de la soledad, era una ausencia de pedido, de favor, de esas ausencias que devienen por la falta de querer compañía, de querer estar junto a esa persona, así era mi ausencia con mi madre y mi padre, así se conformó el espacio que llene con licor, cigarrillos una que otra mujer ocasional. 
No celebro el día de las madres ni del padre porque no me gusta celebrarme cosas y en muchos aspectos de mi vida (Quizás en los que ellos debían estar) yo cumplí el papel que le tocaba a alguien más para conmigo.

viernes, 5 de mayo de 2017

Aquel 5

Era un 5 de noviembre, festivo. En Cali los días festivos son como un caracol que intenta deslizarse sobre el desierto; lentos, dolorosos, olorosos, con calor, como si fuera el último día del fin del mundo.

Llevaba varios días en cama, su sala se había condicionado de tal forma que podía estar ahí acostada mientras el gotero mostraba que el líquido para quitar el dolor se iba agotando. Ella sonreía, lo que siempre amé de ella fue su capacidad de sonreír, a pesar de que la vida le cortó el camino muy temprano, ella seguía sonriendo. Esa tarde estuvimos escuchando la música que ella amaba, mientras su madre en la cocina jugaba a preparar el almuerzo mientras lloraba.

-Sabes, por estos días ya no siento nada, me dijo mientra mirábamos un cuadro de una mujer mirando por la baranda de un barco, mientras se ocultaba el sol en el horizonte. Hace tiempo sentía el dolor en la cabeza, ahí todo empezó, luego me dolía todo el cuerpo cuando estaba en quimio, después de la operación sólo sentía la cabeza muy pesada…pero ahora no siento nada, siento el cuerpo tan liviano, sé que quizás sea la morfina, pero cuando se acaba sigo sin sentir ningún peso.

Escucharla hablar era un regalo de esos que nunca olvidas. Le tomé la mano y le bese la frente, estaba fría. Su mirada tenía un brillo especial, como el de una niña que estaba a punto de subirse al carrusel después de pedirlo mil veces, era blanca, demasiado, como si nunca hubiera sido tocada por el sol.

Después de almorzar, dijo que tenía sueño, me abrazo, nos abrazamos,sentí su corazón latiendo suavemente en mi pecho, su cabeza reposada sobre mi hombro, por un momento no estábamos ahí, en una sala vuelta habitación de hospital, con batas y guantes, sonidos de diástoles y sístoles, con la inminente presencia de la muerte que se paseaba por todo lado donde se mirara, menos en ella, en sus ojos, en su mirada. Me dio un pequeño beso de despedida y su aliento era tibio.

Fue la última vez que la vi con vida, un par de horas después, cuando su madre quiso despertarla de la siesta, ella no respondió. Su madre se sentó en el suelo al lado de ella y se quedó ahí, inmóvil, llorando por horas, hasta que el padre llegó y vio la escena que esperaba encontrar todos los días.

Mi mejor amigo me fue a buscar, me encontró sentado en el suelo, al lado de la cama que no había tocado en días, quizás semanas, estaba llorando, algo en mí sabía lo que había pasado, algo en mi había muerto ese día.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Sin título

Anoche, mientras viajaba en el autobús desde el lugar donde enseño, en Spotify empezó a sonar una canción llamada The Mighty Rio Grande de This Will Destroy You. Para los que no la conocen, es un instrumental de 11 minutos que tiene dos crescendos, me dejé llevar por ella.

Justo cuando estaba en el punto máximo del primer crescendo, el bus tomó un pequeño túnel donde se intercepta con el carril opuesto donde venía otro bus, misma ruta, destino contrario. El chófer del bus en el que iba había entrado mal al túnel y estaba invadiendo una parte del otro, así que un accidente podía ocurrir, pero el chófer logró enderezar su ruta y se evitó. 

Muchas veces pasan cosas como esas en las que la vida pende de un hilo, de un pequeño error, de un parpadeo, de una respiración que se hace a medias en el momento preciso y nos lleva a la muerte. Es normal tener miedo a la muerte, pero anoche, mientras esa canción subía y subía en sus tonadas, sentí que pude ver con mis sentidos lo bello de la vida, no estoy hablando de una regresión momentánea que me mostró lo que he vivido, no, hablo de haber sentido lo bello de lo que me rodeaba en ese instante; la pareja de amigas que hablaban de sus clases en un lugar donde enseñan a ser paramédicos, de la chica sola de blusa salmón que miraba el celular esperando una respuesta desde el otro lado, del chófer que acababa de corregir un pequeño error en su trabajo, de los chicos que estaban fumando marihuana bajo uno de los dos árboles de metal que hay en la ciudad, de los locales que al otro lado estaban cerrando después de un día entero de tatuar, vender licor y lavar ropa ajena, del chico que se reflejaba en la ventana de al lado con ojeras y una expresión seria y relajada al mismo tiempo. 

Y no sentí miedo de morir. 

No significa que quisiera morir, sólo sentí que si moría en ese instante, no habría nada malo en ello, sentí que mi vida era bella así tal como se presentaba y que morir alrededor de cosas tan bellas como las vidas que me rodeaban, no era malo, era un buen final. 

Al salir del túnel, el autobús paró en una estación, nadie además del chófer y yo nos habíamos percatado que la vida de muchos estuvo en juego por unos pocos centímetros. Empezó el segundo crescendo de la canción y la ruta continuó.

Me dejé llevar por la canción de nuevo.

martes, 14 de junio de 2016

Volver

Existe una constante en el cine actual, todas las películas recurren a la nostalgia para vender una nueva función. La última que llegará, será una secuela del Día de la Independencia. Mirando mi situación actual quise recordar cómo la primer película con tal título llegó a ser la película que más he visto en mi vida. 

Era sábado o eso recuerdo, mi padre estuvo en la casa toda la semana, lo cual era una especie de premio por haber ganado el colegio, tenía unos 7 años y el segundo grado había sido terrible, primero por el niño que rompió su nariz en mi mano, cuando intentó hacer una broma con el apellido que mi madre me había puesto. Después por los castigos del colegio laico con comportamiento católico que insistía en castigarme por jugar a incendiar el salón. 
Mi padre, me sacó del colegio, me llevó por lugares donde quizás nunca vuelva, para luego llevarme a un colegio, ahora sí, católico, donde al parecer me formé como la casi persona que hoy escribe. 

Gané el año, a pesar de haber llegado tarde, no fui el mejor del salón a pesar de ser seis meses mayor que el resto. Eso, en aquellos años, no importaba.

El sábado en la mañana llegó mi padre con una caja, su historia, era más o menos así.

"Caminaba por los lados de la avenida séptima, acá cerca, cuando un señor en un bus de esos de Expreso Brasilia, se detuvo para preguntarme por una dirección que te puedo jurar, nunca había escuchado. Yo me hice como el que sabía y lo mandé por los lados de Pan Norte, quizás se pierda, es lo más seguro, pero ni modo. Lo chistoso, es que el señor todo agradecido me pasa una caja ¡Así, Cómo si nada! Y usted sabe bien que no soy hombre que ande recibiendo cosas en la calle, así que primero me hice de rogar, hasta que él me mostró lo que había ¡Nada más y nada menos que 23 películas de Día de la Independencia! Mijo, usted sabe lo complicado qué es conseguir esta película en esta ciudad".

En el momento no entendí la gracia de tener 23 películas de lo mismo, de una película que estuvo en cine hace upa, que nadie había visto en años, que estaba en Blockbuster de la sexta. Pusimos la videograbadora mientras mi padre me contaba lo bueno que era conocer gente de esa, que era agradecida aún con el que no les hacía ningún favor, yo pensaba que él señor del bus nunca supo que mi padre le había dado falsas indicaciones, pero no quería quitarle su pequeña victoria después de una semana de estar ahí, solo, conmigo. 

Dos días después, y faltando 21 películas del Día de la Independencia por verse, él fue llamado al deber y regresamos a la rutina de nuestra vida, las visitas cotidianas un par de noches a la semana en las que el whisky y Pink Floyd calentaban la casa. 

Cuando tenía unos 9 años, mi padre volvió una noche sin avisar, fue sorpresivo pero agradable, esa noche no hubo whisky ni música de otros años. Me pidió que lo acompañara a ver las 21 películas faltantes. 

El insomnio nunca ha sido un evento extraño en mi familia, ese día nos quedamos despiertos mientras Will Smith soltaba su paracaídas para nublar la visión del alien que luego moriría intentando estallar la cabeza del presidente. Seguimos despiertos después de ver por cuarta vez que todo el mundo huía de Washington mientras un judío y su hijo con problemas de celos intentaba salvar a la humanidad. 

En la mañana desayunamos huevos revueltos mientras una muchedumbre de noventeros con pancartas estúpidas le daban la bienvenida a los aliens desde un edificio pronto a explotar.

No sé el tiempo que nos tomó ver las 21 películas, hablamos muy poco, dormimos menos, comimos comida a domicilio y otra hecha en casa, comimos sunday original de Dary pedido por teléfono, agotamos nuestros ojos como si aquella película fuera lo primero que un ciego de 60 años hubiera llegado a ver. 

Después de eso, él se tuvo que ir, llamado de nuevo a cumplir con sus labores. Nunca más lo volví a ver.

A los 9 días llegó su hermana a contarme sobre el proceso fúnebre, duré más de 5 años en volver a ver aquella película, aún conservo los 23 VHS con la misma película, sin rebobinar, acumulando el polvo de mis memorias. 

En una semana iré a cine, compraré crispetas dulces como a él le gustaban, me sentaré en un puesto sin nadie a mi lado, y justo antes de empezar, cerraré los ojos e imaginaré su rostro 16 años más viejo, sonriendo ante la posibilidad de imaginar que el chofer de algún bus, le regale 23 DVD's del Día de la Independencia. 


jueves, 11 de febrero de 2016

Después de 6 años


Te cuento que después de volver de Bogotá, me senté afuera de una biblioteca y hablé de vos con alguien que ya no está. Siempre decías que tengo el vicio de estar con lo que no estará. Después de eso me mudé, cambie el color de la sombra y aunque con el tiempo intenté andar del color que siempre viste en mí, con los días una mujer me lo arrebató y lo escondió en sus ojos. Lo usó como mezcla, ya que era rubia y con mi azul, sus ojos se convirtieron en verde. Después de descolorarme se fue a dejar un poquito de mí en otros.


Con el paso de los días empecé a olvidar cosas, muchas de ellas relacionadas con mi padre, con mi niñez, con los amigos que estaban lejos, olvidé hasta la vida de "Muelitas" el niño abusón del colegio. Todo ha cambiado tanto que ahora se dice matoneo a lo que usted conoció como charla casual.
Nunca pude olvidarla, ni siquiera su olor, que de vez en cuando busco entre las mujeres erguidas y orgullosas que caminan por esta ciudad caliente, usted sabe que son muy pocas esas mujeres. Entonces empecé a aplicar sus dichos, sus palabras, sus ideas, hasta cierto momento me volví mordaz con los otros cada vez que intentaban acercarse. De usted, aprendí a lastimar con más fuerza a medida que más se acerca.


De los cactus que usted conoció no queda ninguno, todo se ha ido muerto, pero usted sabe de eso tanto como yo. De hecho, después de usted se fueron esas personas que podían llegar a mí, sin quererlo, la naturaleza se encargo de ir dejando mi corazón como un castillo olvidado, con sus murallas altas y levantadas pero completamente vacío.
Mi intención no es culparla, es contarme, pensando en usted, qué tan mal me ha ido.
Mi vida se ha vuelto una habitación llena de macetas vacías, sin tierra, sin agua, sin vida. Hace unos meses recordé al padre Gómez , el señor calvo y alto que hizo los procesos mortuorios de tus hijos. Usted siempre dijo que si no fuera porque mi abuelo era la brisa del mar en la noche, se habría casado con el padre Gómez. Él siempre decía que todos eramos polvo, pero se equivocaba. Somos barro. Somos 70% agua y el resto es tierra. Por eso he empezado a llenar las macetas con algo de mi tierra, cada día soy menos alto, menos guapo, menos inteligente, menos audaz, menos alegre, más blue.


Todo es a propósito, con la intención que al morir, cuando metan los restos de mi cuerpo en una caja, busquen las materas que estarán llenas de tristezas, de sueños, de esperanzas, del sonido del teléfono que nunca volvió a sonar, llenas con los aretes que te quitabas sólo cuando ibas a tomar café, con las canciones que mi abuelo cantaba en la terraza, con las manos que tantas vidas acariciaron, hasta el último día que acariciaron mi corazón. Y con esa tierra, puedan guardarme ahí, al lado de usted.


La verdad no quería escribir esto, pero lo hago porque me pasé todo el día sonriendo y haciendo chistes, aguantando toda la mierda que los días siempre mandan. Soportando los sarcasmos que no son los tuyos, los chistes pesados sobre mí que no salen de usted, los insultos que quizás me debiste decir, en vez de mirarme con esa mirada de ojos multicolores que siempre tenías en las tardes cuando el sol amenazaba con incendiarlo todo, mientras susurrabas con una voz alegre y melancólica "mi pequeño Blue".

jueves, 18 de junio de 2015

La mujer que voló al norte

Hoy desperté con una resaca producto de tantos días sobrio. Recordé que soñé con tu piel y tus manos, con tus cabellos volando por el aire de un camino por el cual cruce cuando niño, cuando jugaba al gran explorador y pasaba horas "explorando" un camino al lado de ese río, que pasa por tu ciudad y que quizás, nunca has visto más allá de la lejana comodidad de un puente. 

Me levante un poco mareado, mi boca extrañaba el sabor de tus besos o del licor, lo que al final, viene siendo lo mismo. 
Entré a la ducha buscando algo de confort y una parte del sueño vino a mi mente, en el, tus piernas delgadas se perdían entre un bosque de árboles de bambú, el viento inundaba mi alma y en medio de un callejón con olor a orina, mierda, flores y cerveza, me sentaba a llorar. 

Salí para el laburo y en medio de un predio baldío, una rata muerta me hizo pensar en la última vez que estuviste en esta ciudad que huele a lo que huele todo Latinoamérica; a mierda, flores, cerveza y orina. Recordé tu sonrisa que regalabas muy de vez en cuando por entre los mechones rojos que cruzan tu rostro como una ruta que trasgrede un paisaje, pero que a la vez, lo hace más hermoso.

Recordé que ese día no era de día, sino de noche, y que fue la última vez que te vi, porque al día siguiente te fuiste, por ahí, volando, después de contar que la distancia no es ausencia, después de asegurarme que volverías, aunque en tu mirada partida se veía que no lo harías, después de contarme que soñaste con un ave que te pidió que volaras.


Me senté en el metro, miré por la ventana un grupo de aves que volaban al norte, tal como lo hiciste. Te imaginé como un flamenco con sus piernas largas y delgadas, posando en muchos lagos llenos de seres vivos, esos seres que tanto te gustan, te imaginé en mil lugares y recordé que en el sueño, te ibas volando, como una garza, mientras yo me posaba en el suelo con una roca preciosa que conseguí en el camino al lado del río para ti, al parecer, en el mundo de las aves, soy un pingüino.