La espalda le suda, se siente incomodo en la silla de soporte de metal y cojines delgados por el uso, pasa una enfermera de cabello negro y siente un pequeño olor a fresas, él sabe que las enfermeras no deben usar lociones sin embargo su color de cabello y su uniforme blanco combinan a la perfección con su olor a fresas silvestres.
Sus manos huelen a Marlboro y siente necesidad de un cigarrillo, pero sabe que debe esperar, que está en la sala de espera mientras varias enfermeras, médicos, pacientes, mensajeros de otros lugares, aseadores y uno que otro mosquito se pasan por su frente mirando sus ojos llenos de miedo , llenos de la incertidumbre que produce el no saber algo que una de las personas que camina frente a él debe saber.
Pasan cinco minutos desde que pasó la enfermera pero en el tiempo personal su cuerpo se siente quinientos años más viejos, el sudor que ha terminado de bajar por su espalda duró cien años en cada poro, la eternidad de la espera no se controla por el tiempo de los relojes, sólo por el tiempo de nuestras sensaciones. No sabe si levantarse y caminar, quizás leer todos los carteles sobre el cuidado de las embarazadas, sobre la invitación a hacerse la citología y reclamar los resultados, sobre el uso de anticonceptivos y el cuidado del cuerpo, al fondo del lugar puede ver (su vista siempre ha sido buena) un cartel con dos hombre besándose mientras uno sostiene en la mano un condón.
No sabe qué hacer y el sudor le ha llegado a las manos, llaman a un tipo que estuvo tosiendo durante más de 3 minutos seguidos según él, aunque el tipo que tosía sintió que el tiempo fue infinito, que sus pulmones se cerraban con fuerza por largos lapsos y que el aire era muy poco, sintió por un momento que estaba muriendo y lo único que afirmaba su existencia era la tos, se aferraba a ella para respirar pero no se sentía respirar, era sólo un tipo con gorro gris tosiendo en una silla de metal incomoda por culpa del uso constante en los últimos 5 años.
Una enfermera rubia que después él sabrá que huele a loción de hombre que después descubrirá es la misma loción del médico que con cara de preocupación lo atenderá, dice su nombre.
Se levanta y mira al rededor, sólo hay un mosquito que lo mira con prejuicio, las otras personas están concentradas en el programa de la mañana donde sale un hombre gordo rodeado de modelos anoréxicas que con el tiempo se suicidarán.
Entra en un consultorio un poco desgastado, con una pared pintada de mala gana y un olor a agua de inodoro que entra por una puerta entrecerrada. Él se siente como en la cama de su antigua casa en la que encontró a su esposa con dos mujeres, una de ellas la vecina que él siempre amó en secreto.
Se sienta y la cara del médico es demasiado sería lo cual le hace sentir que hay algo de cómico en la situación. El médico le informa que el resultado es negativo pero que no por ello debe de dejar de tener cuidado, que hacer una prueba de esas es sólo una muestra de lo descuidado que es con la vida, que las relaciones sexuales no son un juego en donde el arriesgarse a morir después de ellas sea algo real, que la muerte es real y permanente mientras el placer del sexo muere un segundo después de terminado el acto.
Él intenta escuchar sin inmutarse, sabe que lo siguiente en su vida es ir a recoger las cosas de su antigua casa, ir al nuevo apartamento que su mejor amigo le ha prestado mientras él se va de viaje, sabe que debe mirar a los ojos a alguien que ya no tiene la mirada de amor que siempre tuvo para él, que le debe pedir perdón por no saber lo que ella siente, por no poder seguirla en su nueva y última etapa de la vida, sabe que debe disculparse por no tener VIH como ella. Se quiere ir de ese lugar entonces para callar al médico y su perorata sobre la vida segura sin sexo, sólo le recuerda que la enfermera rubia también se debe de acostar con otras personas distintas a él y que si no usa condón puede terminar en la silla de paciente recibiendo la peor noticia de su vida, que se debe cuidar porque las enfermeras y sobre todo las que se roban la loción de sus amantes son las mujeres más peligrosas del mundo, claro, después de las mujeres enamoradas.
Sale del edificio blanco por dentro, gris por fuera y sonríe al ver que el sol sigue brillando.