domingo, 16 de febrero de 2014

Memoria

Dos memorias.

En la primera estamos en una sala con ventanas pequeñas y con una reja, a pesar de su pequeña entrada de aire se siente una brisa que baja desde la montaña cercana. En la televisión dan una película del hombre lobo y con timidez le comento sobre mi miedo a ese tipo de películas, ella se levanta va al cuarto y vuelve con una cobija, se sienta a mi lado y nos arropa mientras en medio de susurros me contaba que a ella también le daba miedo esas películas pero que como ya era una viejita cuando se dormía no recordaba nada de la película y por eso las podía ver. Esa noche después de la película fue la primera vez que pude dormir en su casa sin miedo a todas sus pinturas y muebles que siempre me atemorizaron. 

En la segunda ocurre en una navidad o después de navidad, quizás en enero. Estoy vestido con una camisa que pone en cuestión mi cristianismo inexistente, una cadena en el pantalón roto y el cabello ondulado, en forma de afro de unos 20 centímetros de largo; es una reunión familiar y me quedaré en esa casa un par de semanas más. 
A los tres días de estar ahí, ella me comenta que quizás toda la familia presente se quejó de mi presentación personal, pero que ella salió a mi defensa diciendo que todos tenemos derecho a ser como queramos. Después de un silencio me recomienda bajarme un poco el cabello "mutilar" es la palabra que usa.

Hoy, después de unos 10 años de haber dejado de vivir con ella, después de un mes de no verla, me he acercado con una camisa a cuadros metida dentro de un pantalón de dril con una correa que combinaba con mis zapatos de cuero, con el cabello corto y una sonrisa dirigida sólo a ella a pesar de tener a toda la familia a mi alrededor.
Ella, mucho más delgada que siempre, con un brazo inmóvil por culpa de las caídas que con el paso de los días le sacan una cuenta de cobro gigantesca a su cuerpo inmutable por tanto tiempo. Con un vestido del mismo color que los vestidos que se vienen a mi memoria cuando la pienso.

Me acerqué y me senté a su lado, después de dos segundos de silencio donde la miro con asombro y fascinado (como siempre la he mirado), ella me pregunta por mi nombre y por quién soy, mi madre le comenta mi procedencia y ella con un tono cordial (el mismo tono cordial que siempre usó cuando no sabía o entendía o le interesaba algo) me saludó, no repitió mi nombre, sólo me tocó la pierna y siguió mirando al frente. Al minuto de silencio me preguntó con tu tono cordial si era de aquí o de allá, si conocía a una u otra persona.

Yo sonreí con una sonrisa que ocultaba lágrimas, intenté acercarme a mi madre o a alguien pero en medio de la fiesta familiar a nadie pude encontrar, hice un par de llamadas pero no fui capaz de decirle a nadie sobre el nudo en mi garganta. Volví a la fiesta y terminé un libro regalado, me acosté en un sofá solitario y me puse a llorar.

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