martes, 25 de febrero de 2014

Tiempo en el ejército

"Maldito tiempo" le escuché decir al comandante entre sus pesadillas las cuales venían una noche antes del combate, siempre era igual y los que estábamos con él desde hace 6 meses nos acostumbramos tanto que a veces hasta compartimos sus sueños terribles. Estaba de pie, haciendo guardia mientras pensaba en el sabor del cigarrillo que tenía en el bolsillo de la chaqueta de camuflaje. En la selva no se fuma, es algo que aprendimos a la fuerza en medio de emboscadas y de ataques sorpresa a media noche en medio de lugares que usted nunca conocerá.

A 5 metros de mi posición se encuentra Willson, es mi amigo desde que en tercero de primaria, sin conocernos y con la nariz ensangrentada por culpa del mismo abusón nos miramos, encontramos valor en la mirada que siempre compartimos y nos abalanzamos contra ese cuerpo grande y gordo hasta que logramos sacarle más de diez dientes con nuestros puños. Ahora él está ahí, mirando el vacío de la selva que nos rodea y pensando en el culo de la india que dejó en el pueblo de donde venimos, pensando en ese culo redondo y parado que se lo debe de estar comiendo alguien más, quizás algún amigo de esos cobardes que dejamos atrás para venir en esta, nuestra aventura real, nuestra incursión en un mundo que nos maravillaba tanto que nos entregamos a él sin pensarlo mucho, juntos, siempre juntos. De eso hace ya un año y 4 meses.

El comandante maldice el tiempo en cada sueño, yo, que sé lo que se viene para nosotros mañana; un aguerrido combate contra un cuerpo de insurgentes mayor en número que nuestras municiones, sé que suena loco pero acaso ¿No se necesita estar loco para armar semejante guerra y alimentarla tantos años con tanta gente? Yo sé que el tiempo no tiene la culpa.

No tiene la culpa de que nuestra posición sea en desventaja ni de las balas que rosaran por nuestros oídos pero que desaparecen al pasar por nosotros, balas que con el pasar de los combates te preguntas si son de verdad y no son un efecto sonoro de la selva. No es culpa del tiempo que dentro de dos horas empiece un combate donde en medio de nuestras ráfagas se escuchen explosiones de sus lanza granadas, que acostado en el suelo mientras algo de tierra sube a mi boca por la vibración del fusil se me arme una sonrisa en el rostro, mire a Willson concentrado en disparar al monte, allá, al enemigo invisible que nos inventamos para justificar nuestra permanencia en este lugar, para poder decir que hacemos algo como país, como humanos, como colombianos. 

No es culpa del tiempo que en un momento cuando el comandante me mande a cubrir el flanco a la izquierda de Willson la granada de un lanza granadas impacte en mi pecho y haga que los restos de mi cuerpo bañé el uniforme de cada uno de mis compañeros que dispararan con más fuerza a unos matorrales lejanos. No es culpa del tiempo de que el comandante le ordene al congelado en el espacio de Willson que recoja lo que encuentre de mí, lo cual se reduce a una mano, la derecha para ser preciso en la cual estará el anillo que la india de culo parado me dio como promesa de escaparse conmigo cuando volviera, aunque le dije a Willson que ese anillo me lo dio mi madre. Y definitivamente no es culpa del tiempo que Willson quede loco, que la india de culo parado se haya casado hace 8 meses con el carnicero que se divorcio por ella hace 10 meses y que Willson quede tan traumatizado por nuestra experiencia en el ejército que nunca más pueda formar tres palabras coherentes con nadie en el mundo, excepto conmigo en los sueños, donde a diferencia del comandante no maldice al tiempo, sólo a la guerra.

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