domingo, 9 de febrero de 2014

Sobre Paul Auster.

Pensando sobre Paul Auster y la trilogía de New York, debo decir que uno de esos tres libros es mi favorito de él y aunque suene a cliché pues así es.

La semana pasada con una conversación un poco torpe con más intensiones o ideas escondidas que verdades dichas, con algo de rencor y de frustración y todo lo que eso conlleva, que pude llevar a cabo. La conversación era entre una mujer que no me tiene entre sus 10 amores (creo que debe tener entre unos 17 a 26 amores en este momento) y yo, una persona que de sencilla y simple tiene lo mismo que de cordial y buen amigo tiene el señor azul. 

Ella me felicitaba o algo parecido por mis gustos literarios y audiovisuales los cuales ella admira o algo parecido, claro que todo esto era con la intención de que siguiera compartiendo lo poco y nada que sé sobre libros y sobre cine con ella, a mi negativa frente a tal invitación fui llamado egoísta pero me pregunto ¿Qué más egoísta que acercarse a alguien a quién cuyo entierro no irías sólo por tu beneplácito cultural?

Pero no crea que esto es una entrada para criticar aquella conversación tan genérica como el acetaminofén (quizás más dañina). Mi intención es decir que todas las mujeres que han salido conmigo leen a Paul Auster después de salir conmigo, lo tienen en sus manos durante la relación pero me lo dejan para mi propio deleite, cuando ellas se van (ellas tienden a irse por mi inconsistencia a la hora de ser consistente con un querer, con un amar, con una respuesta oportuna a sus momentos de necesidad afectiva o en muchos casos por mis contantes esquizofrenias de soledad), es cuando empiezan a disfrutar de aquellos autores que disfruto, en este caso de Paul Auster.

Hoy he vuelto a leer Fantasmas y me he convencido de que sus mejores libros para mí siguen siendo la Ciudad de Cristal junto con la Invención de la Soledad, dos libros que normalmente mis ex-amores no han leído, de ahí la razón de esta entrada como un reclamo a posteriori a cada una de ellas que sé que leerán esto, reclamando su actitud tan desagradecida para con un hombre que a pesar de sus defectos y cualidades les hizo conocer algo que por ellas mismas son incapaces de hacerlo; el placer de leer a Paul Auster. Sé que suena infantil y quizás ofensivo, pero no hay otra forma de decirles que no saben apreciar aquello que no supieron conocer.

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