viernes, 21 de febrero de 2014

Pole Dance

Se escuchan las voces detrás del telón, su respiración se descontrola y siente que va a hiperventilar como cuando era niña y se escondía bajo la mesa del comedor y el mantel la tapaba de un padre que la buscaba para castigarle. Su piel se despierta y siente un frío tibio que sube por los tacones rosados con lentejuelas.

Un paso adelante al ritmo de una canción que sólo suena en su cabeza, los aplausos de unos cuantos y la voz de un animador que está desde la consola musical le advierten que ya es hora del perfomance. 
Camina como modelo de pasarela y con un impulso de sus muslos sube la primera pierna sobre su cuerpo, se apoya en el poste metálico, frío, liso y delgado que han dejado para su show, las personas enloquecen al ves su cuerpo delgado y torneado subirse sobre la barra vertical, su cabello rubio y liso que cuando niña era crespo y rojo queda colgado como la única parte de su humanidad que sufre por la gravedad.

La música la hace sentir que entra en un juego de giros, de subidas y bajadas, de aplausos de hombres deseosos de ella y niños estupefactos al entrar al lugar y verla ahí, en el furor de su juventud jugando con una barra fría como las sillas de metal de la mesa del comedor donde se podía quedar dormida por horas para sobrevivirse al calor de su ciudad costera.
La música, el olor a whisky, el sonido de las voces que no logra escuchar claramente pero sabe que dicen comentarios mórbidos sobre su cuerpo bien formado, sus senos que brincan al ritmo de los pasos altos de sus piernas, su trasero firme y estable que la noche anterior aquél hombre de cabellera negra lo mordió, la luz que se enfrenta en una batalla contra sus ojos que intentan ver, buscar, encontrar al amor de su vida que aún se niega en aparecer. 

Por un momento ella es feliz.

Dos horas después de su baile, cuando su cuerpo se encuentra frío por el clima de la ciudad y su respiración se encuentra con el viento de la madrugada, cuando se ha despedido de su jefe que le ha soltado unos cuantos billetes bien ganados y un par de alabanzas y propuestas sobre su futuro como esposa de un hombre que a pesar de intentar ocultarlo ya está casado, después de dejar sus tacones de lentejuelas rosados y ponerse unos zapatos indígenas que su hermana le regaló la última vez que fue a visitarla allá en la costa, se encuentra con el hombre de cabellera negra que la espera apoyado en una moto negra, la mira con cierta calidez que le hace su corazón estremecer, ella siente que quizás él sea el que esperaba.

Se acercan y cuando están a la distancia de un beso, siente como una delgada hoja de metal fría como las patas de la mesa de su casa de la infancia se adentra entre su páncreas y su hígado, sale y la vuelve a penetrar un poco más arriba, sale de nuevo y siente como algo cálido sale de su cuerpo, cada vez que el metal frío entra el calor de su interior se desparrama por la ropa del hombre de cabellera negra, por el suelo de concreto frío, por el aire de la madrugada que siempre le llega a sus pulmones. Su cuerpo cae y el hombre de la cabellera negra se va en la moto negra. Ella piensa que si Alberto, su amigo de infancia que hoy es médico estuviera ahí como alguna vez lo prometió; Le diría que su hígado, páncreas y resto de estómago le aseguran que no volverá a danzar en la pole dance.

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